martes, 30 de abril de 2013

Paciencia


Hasta siete acepciones distintas tiene el término en el diccionario de la Lengua española,  alguna de ellas tan curiosa como “bollo redondo y muy pequeño hecho con harina, huevo, almendra y azúcar cocido en  el horno”. No es fácil adivinar a cual de todas ellas se estaba refiriendo el Presidente del Gobierno cuando hace una llamada a los ciudadanos apelando a esta “capacidad de soportar algo sin alterarse”. En todo caso produce una gran inquietud escuchar, que las cosas no están bien y que se requiere “lentitud para hacer algo”, acompañando esta afirmación con un reconocimiento de incapacidad que obliga a solicitar comprensión a los ciudadanos y que desplieguen toda su “facultad de saber esperar”. Claro que esta demanda tan lógica no parece el consejo más adecuado para una ciudadanía que ha estado haciendo un esfuerzo enorme de “tolerancia”, soportando con estoicismo todas aquellas ocurrencias que se han venido impulsando con la confianza de asistir a la pronta resolución de los graves problemas que nos aquejan. Lo cierto es que ninguna de ella ha producido ningún cambio positivo, al menos hasta el momento presente. Posiblemente se deba a la escasa “capacidad para hacer cosas pesadas o minuciosas” de los gobernantes actuales. Sin palabras, ya que la última de las acepciones que propone la Real Academia para descifrar el término, dice algo así como  resalte inferior del asiento de una silla de coro, de modo que levantado aquel, pueda servir de apoyo a quien está de pie, y no parece que tenga mucho que ver con la intención del solicitante. Hay que reconocer la falta de fortuna a la hora de solicitar algo que difícilmente se puede otorgar sobre todo porque ha pasado demasiado tiempo sin explicaciones convincentes. En esta ocasión se ha vuelto a equivocar el dirigente, hubiera sido mucho mejor un llamamiento a la esperanza que define el diccionario como estado del ánimo en el cual se nos presenta como posible lo que deseamos, pero parece que eso está bastante alejado de lo que siente alguien que se ve impelido a echar mano de algo que ya ha dilapidado a manos llenas.

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