lunes, 21 de marzo de 2011

Vaya año que llevamos

Hay años que uno no está para nada, demasiadas cosas en tan poco tiempo, llevamos un 2011, algo acelerado, o nos da una tregua o no lo vamos a resistir. Además imprevisible cada cosa que pasa: una revolución impensable en el mundo árabe, un frenazo de la revolución cuando el penúltimo dictador estaba contra las cuerdas, ... y de repente, el poder de Gadafi vuelve a tener fecha de caducidad a corto plazo, después de provocar una guerra en la que ha conseguido poner a, prácticamente, todo el mundo en su contra. Habría que reconocer, una vez más, que la realidad supera ampliamente la más dislocada de las imaginaciones. Apenas tres meses de un año en el que ningún analista de peso anunció que se fuera a producir la revolución pacífica de los países árabes, tampoco la desigual respuesta de los dirigentes afectados y por supuesto en ningún caso el extraño carrusel de Libia, con un primer momento de mimetismo con el proceso de Túnez y la Egipto, y por tanto, la salida del dictador como escenario previsible, muy poco después "era evidente que estaba masacrada la insurrección" y seguía todo igual que antes de las revueltas, y ahora el nuevo escenario de intervención internacional de final impredecible. Ante este tipo de acontecimientos que nos arrollan, surge una pregunta, ¿los servicios de inteligencia de los países desarrollados, desplegados por zonas sensibles del planeta como son los países árabes, sirven para algo?, o ¿simplemente son una reedición bufa del sastre de Panamá?.

Pero este "revoltoso" 2011, no se conforma con la crónica descrita, además nos ha regalado un terremoto, un tsunami, y para colmo los riesgos manufacturados por el ser humano sitúan a Japón al borde del desastre nuclear. Solo tres meses, pero parecen tres años o tres siglos y sobre todo seguimos con enormes incertidumbres acerca de las situaciones de riesgo que se han generado.

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