El inicio de la campaña para las elecciones europeas ha puesto de manifiesto, con más claridad que en otras ocasiones, las direcciones opuestas que llevan el PSOE y el PP. El primero reafirma su apuesta por las políticas sociales y de protección social y el segundo recupera su discurso de reducir impuestos y estimular el empleo, dando máximas facilidades a las empresas.
Y me alegro de esta situación porque clarifica posturas y apuestas de futuro, indicando el tipo de sociedad que uno y otro busca.
Pero paralelamente y desde hace tiempo hay otro tema que me preocupa y alarma. Y es la actitud de algunos de nuestros políticos, así en general, de cualquier signo político. Y así como las líneas políticas es bueno que queden diferenciadas, también debe haber diferencias en el vivir cotidiano de los políticos.
Y no me refiero a los casos de corrupción que deben ser tratados, por el sistema judicial en primera instancia y por los electores en segunda. Me refiero a las prebendas que legalmente obtienen los diputados, (seguros de coches por ejemplo) al margen de sus sueldos y que me gustaría que los políticos de izquierdas fueran capaces de denunciar y renunciar.
No se si sería conveniente que cuando uno entra oficialmente en el mundo de la política debiera establecerse un contrato en el que quedara fielmente reflejado los compromisos que se adquieren, lo que uno tiene que dar y lo que tiene que recibir y punto. Como cualquier trabajador más.
Creo que dignificaría la política y a quienes la practican por vocación y oficio. Y lo digo porque creo que son imprescindibles para una sociedad democrática. Pero también es necesaria la participación ciudadana y esta se da cuando existe confianza en sus representantes políticos. De lo contrario no puede sorprendernos las bajas cifras de participación ni la escasez de gente joven entusiasmada por unos ideales y una forma de ver la vida.
En estos pequeños detalles también está la diferencia y el ciudadano de a pie es capaz de verla. Y esgrimirla ante los que dicen “son todos iguales”. Pues no, no lo son. Afortunadamente.
Y me alegro de esta situación porque clarifica posturas y apuestas de futuro, indicando el tipo de sociedad que uno y otro busca.
Pero paralelamente y desde hace tiempo hay otro tema que me preocupa y alarma. Y es la actitud de algunos de nuestros políticos, así en general, de cualquier signo político. Y así como las líneas políticas es bueno que queden diferenciadas, también debe haber diferencias en el vivir cotidiano de los políticos.
Y no me refiero a los casos de corrupción que deben ser tratados, por el sistema judicial en primera instancia y por los electores en segunda. Me refiero a las prebendas que legalmente obtienen los diputados, (seguros de coches por ejemplo) al margen de sus sueldos y que me gustaría que los políticos de izquierdas fueran capaces de denunciar y renunciar.
No se si sería conveniente que cuando uno entra oficialmente en el mundo de la política debiera establecerse un contrato en el que quedara fielmente reflejado los compromisos que se adquieren, lo que uno tiene que dar y lo que tiene que recibir y punto. Como cualquier trabajador más.
Creo que dignificaría la política y a quienes la practican por vocación y oficio. Y lo digo porque creo que son imprescindibles para una sociedad democrática. Pero también es necesaria la participación ciudadana y esta se da cuando existe confianza en sus representantes políticos. De lo contrario no puede sorprendernos las bajas cifras de participación ni la escasez de gente joven entusiasmada por unos ideales y una forma de ver la vida.
En estos pequeños detalles también está la diferencia y el ciudadano de a pie es capaz de verla. Y esgrimirla ante los que dicen “son todos iguales”. Pues no, no lo son. Afortunadamente.
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