En SoloBienestar nos sale la vena cinéfila de cuando en cuando y nos gusta repasar alguna de las grandes obras de la historia del cine. En esta ocasión queremos hablar de la película de que supuso para su director, Michael Cimino, el Oscar a la mejor dirección en 1978, es una epopeya asombrosa. Bella y trágica película de obligado visionado, que se inscribe con letras de oro dentro de esa década tumultuosa y extraña que fueron los setenta, en la que tantas cosas (la mayoría buenas) acabaron y tantas otras (la mayoría malas) empezaron, y no solamente en el cine. No pasa el tiempo por el que quizá sea el filme más completo de su director, un poderoso y terrible drama, muy difícil de catalogar, es, sencillamente, cine lírico, libérrimo, atormentado, un admirable y doloroso viaje de amistad y muerte, de amor y de desesperación infinita, de pérdida, de derrota.
Más allá de la crónica de los críticos especializados en cine, sorprende la actualidad de algunos elementos utilizados para realizar el análisis del film. Inmersos en una crisis terrible,
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